Siempre supo Sol que quería tocar violín. Tenía once años cuando sus padres le dieron uno que habían mandado hacer. La niña sintió que se pertenecían.
Sol se hizo una adolescente linda e inalcanzable. No quería sino tocar. Un domingo, la familia en misa, les vaciaron la casa. Sol no aceptó otro instrumento. Postrada, dejó pasar los días.
Y el violín robado se negó a tocar. Fue vendido y revendido y regalado. De un mariachi a unos jarochos a un trío a un presunto ciego que pedía caridá. De un basurero -él quería tocar violín, pero su familia no había podido comprarle uno-, Pablo lo rescató. Lo limpió, le puso cuerdas y ensayó frente al espejo, con movimientos apasionados. Pablo era monaguillo; había visto a Sol. Se apostó a lo lejos, donde ella no esperara escuchar.
Pero también el violín la había visto. El virtuoso fue el violín y Pablo el instrumento. Sol despertó de su letargo, salió a la calle. Ya no podrían separarse. Lo supieron los tres. Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/05/24/sem-garrido.html
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