Bazar de asombros: "Los asaltos de Jalisco", por Hugo Gutiérrez Vega

Domingo, 28 de Junio de 2015

Boda charra en Arandas, Jalisco
Foto: La Jornada

Más que una posición geográfica, Los Altos de Jalisco son un estado de ánimo,una actitud ante el mundo, un modo intransferible de acercarse al lenguaje, un ritmo especialísimo para andar por la vida, una existencia ritual y un conjunto de leyendas que trascienden la realidad cotidiana.

Los Altos entregan al mundo algunos aspectos esenciales de lo que podría ser el rostro de México. De Los Altos son los charros que representan a una clase social que, a pesar de su decadencia, sigue dictando las normas de la conducta colectiva. El charro es el hacendado, mientras que los campesinos, tanto los ejidatarios como los medieros, hasta hace poco seguían vistiendo sus ropas de manta y se cubrían la cabeza con un sombrero ancho. A últimas fechas ese sombrero está prácticamente desaparecido, pues los campesinos, de regreso de la incansable aventura braseril, se visten al estilo vaquero y se tocan con texanas de variada factura.

Este bazarista pasó los primeros años de la infancia en tierras alteñas. En 1937 llegó a Lagos en compañía de la abuela que regresaba a su tierra en condiciones de pobreza. Nos refugiamos en la casa de una tía anciana y con una posición más o menos acomodada. Otros miembros de la familia se refugiaban con la generosa tía. Desde que llegamos, fuimos objeto de la agresión constante de los primos refugiados que nos gritaban ofensas relacionadas con nuestra pobreza y, en algunas ocasiones, llegaron a aventar estiércol por la ventana abierta. El abuelo, herido de muerte por un cáncer de hígado, declaró que estaba ya cansado y apresuró su final. La abuela, fuerte y luchona, realizaba trabajos de todo tipo y, con la ayuda de mi padre que se había quedado en México, alquiló una pequeña casa. Muy pronto quedaron atrás las ofensas de los primos terribles y la vida transcurrió con cierta calma, entre una escuela de monjas y las tardes de radio (un Clarión de gran ojo amarillo) en la casa que se iba amueblando poco a poco con donativos de parientes en mejor situación.

Habían terminado las dos cristiadas, pero el ambiente espiritual seguía tenso y desasosegado. Algunas partidas cristeras seguían galopando por la sierra de Comanja y Lauro Rocha preparaba su levantamiento. Muchas heridas estaban aún abiertas y muchos, como decía mi abuela, se habían quedado con el dedo inquieto. El gobernador González Gallo no se anduvo por las ramas y ordenó que se aplicara la ley fuga a un buen numero de esos pistoleros. Matones como el Ametralladora, el Remington, los Comis (el apellido en realidad era Cummings pero se castellanizó) y otros más siguieron asolando la región alteña hasta que el mejor gobernador que tuvo Jalisco, Agustín Yáñez, despistolizó al estado y tranquilizó los ánimos violentados.

Las tierras de Los Altos adelgazadas y erosionadas apenas proveían magras cosechas de maíz degenerado. Los alteños, emprendedores y valientes, se dedicaron a la avicultura y a otras actividades, algunas de ellas demasiado imaginativas. El traje de charro ya sólo se usaba en las fiestas y en los coleaderos. En su lugar apareció un vestuario de película de vaqueros y de clara influencia texana. Mi tío Luis Anaya, los Barba de Tepatitlán, los Camarena de Arandas, los Pérez de San Juan de los Lagos, los de Anda de San Julián, los de Alba de Unión de San Antonio, mantuvieron en pie la tradición de la charrería y demostraron, con argumentos irrefutables, que para los soles iracundos del altiplano alteño iban mejor los sombreros anchos capaces de cubrir todo el rostro.
Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/06/28/sem-bazar.html


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