Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 02 de Enero de 2023
Por: Felipe Garrido

Lunes

El nacimiento del Señor Jesús

De una Virgen hermosa
celos tiene el Sol,
porque vio en sus brazos
otro Sol mayor.
Cuando del oriente
salió el Sol dorado,
y otro Sol helado
miró tan ardiente,
quitó de la frente
la corona bella,
y a los pies de la Estrella
su lumbre adoró,
porque vio en sus brazos
otro Sol mayor.
“Hermosa María
–dice el sol, vencido–,
de vos ha nacido
el Sol que podía
dar al mundo el día
que ha deseado”.
Esto dijo, humillado,
a María el Sol,
porque vio en sus brazos
otro Sol mayor.

Lope de Vega (1562-1638)

Pues andáis en las palmas…

Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
Palmas de Belén
que mueven, airados,
los furiosos vientos
que suenan tanto.
No le hagáis ruido,
corred más paso;
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
El Niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto.
Que se duerme mi Niño,
tened los ramos,
rigurosos hielos
le están cercando;
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.
Ángeles divinos,
que vais volando,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.

Lope de Vega (1562-1638)

La huida a Egipto

¿Dónde vais, Zagala,
sola en el monte?
Mas quien lleva el Sol
no teme la noche.
¿Dónde vais, María,
divina Esposa,
Madre gloriosa
de quien os cría?
¿Qué hareis si el día
se va al ocaso
y en el monte acaso
la noche os coge?
Mas quien lleva el sol
no teme la noche.
El ver las estrellas
me cause enojos,
pero vuestros ojos
más lucen que ellas;
ya sale con ellas
La noche oscura,
a vuestra hermosura
la luz se esconde.
Mas quien lleva el Sol
no teme la noche.

Lope de Vega (1562-1638)
Obras poéticas.
Edición de. José Manuel Blecua,
Planeta, Barcelona, 1983.

Martes

El establo

Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el Niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.
Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos...
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el Niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido...
Y la Virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos,
trastrocada iba y veía
sin poder tomar al Niño.
Y José llegaba riendo
acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento
el establo conmovido...

Gabriela Mistral (1889-1957)

Romance de Nochebuena

Vamos a buscar
dónde nació el Niño:
nació en todo el mundo,
ciudades, caminos…
Tal vez caminando
lo hallemos dormido
en la era más alta
debajo del trigo…
O está en estas horas
llorando caidito
en la mancha espesa
de un montón de lirios.
A Belén nos vamos.
Jesús no ha querido
estar derramado
por campo y caminos.
Su madre es María,
pero ha consentido
que esta noche todos
le mezan al Niño.
Lo tiene Lucía,
lo mece Francisco
y mama en el pecho
de Juana, suavísimo.
Vamos a buscarlo
por estos caminos.
¡Todos en pastores
somos convertidos!
Gritando la nueva
los cerros subimos
¡y vivo parece
de gente el camino!
Jesús ha llegado
y todos dormimos
esta noche sobre
su pecho ceñidos.

Gabriela Mistral (1889-1957)
Poesía religiosa
Presentación de Pedro Pablo Zegers
ProCultura, Santiago, 2012.

Miércoles

Rima LIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...desengáñate,
¡así no te querrán!

Gustavo Adolfo Becquer (1836-1870)

Rima LXXIII

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos
taparon su cara
con un blanco lienzo;
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
Rimas y leyendas
Porrúa, México, 2016.

Jueves

[Poesía y Revolución]

[…] La policía secreta rusa comenzó a seguirlo. Lo vieron hacer cosas extrañas, como ir todos los días a acariciar el pie de un hombre sentado, con la pierna cruzada, en una estatua frente a La Sorbona. Salía de la universidad, cruzaba la Calle de las Escuelas y en la orilla del parque florido estaba ese hombre tan sonriente, vestido de antiguo, que nuestro sospechoso veneraba. Nunca entendieron muy bien por qué. Averiguaron que se llamaba Montaigne.
Poco después aparece una publicación literaria en ruso, Sirius. Los agentes secretos, que no encuentran lo subversivo en ninguna página, creen que el mensaje revolucionario está en clave, escondido en la poesía, y tratan de descifrarla. Todo lo que no entienden o les parece extraño lo envían a su informe con una anotación: “Pendiente de ser traducido por los expertos”. Algo aún más sospechoso para ellos es que el joven editor, Nicolai Stepánovich Gumilyov, según descubren en la imprenta, es autor de casi toda la revista usando varios seudónimos. Todo, para ellos, muy sospechoso.
En uno de los tres números publicados incluye poemas de una tal Anna Andreievna Gorenko, alias Ajmátova, estudiante en Kiev, de dieciocho años, hija de un capitán de navío expulsado del servicio del zar por haber sido amigo en la infancia de un anarquista fabricante de bombas. Aunque, según concluye una investigación previa, el capitán Gorenko no tenía aparente afinidad política con el amigo anarquista ni complicidad comprobada.
Los afanosos agentes del zar nunca entenderían lo que significaban en la revista varios poemas de los franceses Rimbaud, Mallarmé y, sobre todo, del simbolista Verlaine, presentados por el editor como radicales defensores de la idea de que la Revolución de las formas poéticas cambia más profundamente la ida de las personas que las acciones de los políticos y sus partidos: “En cada poema, una Revolución de los sentidos”.

Alberto Ruy Sánchez (1951)
El expediente Anna Ajmátova.
Alfaguara, México, 2021.

Viernes

NO VUELVAS A CANTAR a lo Neruda.
Además ni te sale
aquel viejo oropel.
¿No ves que ya no hay esplendor
ni símbolo?
Metáfora
no hay.
Las palabras no sirven.
Qué pides
qué suplicas
con esa voz meliflua
de asistente bilingüe
--sus ojos entornados
su puntual pañoleta unida
por el cuello
como un cable huérfano
de la viga.
El amor no se dice
se babea
se escupe
se vomita.
No hubo nunca
misterio
ni cobra ardiente del orgullo
ni paloma de sangre
solitaria en la frente de nadie.
No es lo que tú pensabas:
brújula mínima.

Malva Flores (1961)

Promesa de verano

1
Afuera
el sol se extiende como una promesa
de verano.
Pájaros que no he escuchado nunca
se ven desde el balcón en donde espero.
¿Son los mismos de antaño?
¿Qué canción cantan esta tarde de abril
larga como mi sombra
en la pared del cuarto?

2
Dicen que una tigresa tose
en Nueva York.
Una tigresa hermosa
con sus franjas doradas
tras la domesticadura de las rejas.
Dicen que hay cisnes paseando por Venecia
delfines en Sicilia
coyotes en Chicago
jabalíes en Navarra
venados en Berlín.
Un par de pandas se aparean en Hong Kong
mientras mis gatos sueñan:
es ansia de alas.

3
Quizá nunca el roce de los labios
vuelva a ser como antes.
Quizá ya para siempre
usemos mascarilla:
máscara sobre la máscara
que se rindió a su tiempo.
Máscara de lo que fuimos sin saberlo.
Un remedo de boca
se asoma por la calle
y corremos al lado de la sombra
poque aún nos apena
la condición de simios balbucientes
con su máscara azul atada a las orejas
y un late late de miedo primitivo
que no encuentra su árbol ni su arrojo.

4
Afuera
el sol se extiende:
promesa de verano
¿llegaré?

Malva Flores (1961)

A las puertas del año

A David

Luces pequeñas en la rutina del encierro
beben su incandescencia en el fluir del día.
Voces, murmullos en la sombra
de mi árbol
y pájarosy fiebre
por no saber
en dónde se alza el porvenir.

Luces pequeñas me acompañan
en el largo pasaje de los meses.
Uno y más meses mirando la ventana
por donde pude haber despedido a la vida:
rápido balanceo en el espacio de la araña
que cuelga, la araña que devora mi frente

en el tiempo preciso de la asfixia.

Te escribo
te llamo
te grito
en el silencio de la tarde que muere.

Hay una voz que esplende:
me han salvado tu amor
y tu misericordia
a mis vastos errores.

Malva Flores (1961)
Del manzano de Atalanta
Premio Internacional
Alfonso Reyes 2022
Secretaría de Culrura
Universidad Autónoma de Nuevo León
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura
Monterrey, 2022.

Sábado

Sala de espera

Uno, sí, la estoy viendo
de cuando en cuando, y después vuelvo a verla,
la espío y oteo
y quedo en vilo
y más tarde la miro todavía, y sí, es verdad,
finjo cierta demencia tras los lentes
aun cuando la mire fijamente
y hasta usted se dé cuenta.
Y sin embargo, dos, no se ve nada,
cosa que usted que debe haberse visto
cientos de veces
bien que debe saber, nada de nada,
ni un amago siquiera de tirante,
por más que esté al cuidado que nada se le asome,
y una y otra vez, y luego una vez más
se componga el escote.
Pero la culpa, tres,
es sólo suya,
de usted sentada frente a mí en esta sala de espera
que al tiempo que conversa por teléfono,
con tres dedos precisos y nerviosa insistencia,
se retoca insegura usted consigo
sopesando sus dos pechos opimos
pudorosa y quizás algo coqueta.
Es por esta razón que, cuatro, espío y asomo
y oteo e insisto
y quedo en vilo
aunque finja demencia tras los lentes,
fascinado de ver cómo remueve, y hace pender,
y agita, racimo tal de frutos semejantes,
manifiestos al aire aunque escondidos,
apegados a usted pero volantes.

Fernando Fernández (1964)

Palinodia del rojo

¿Qué le queda mejor?
Cuando la conocí me dije el rojo, el rojo,
pero ahora que la veo, al fondo del pasillo, de negro,
me desdigo:
el negro hace más hondo
su misterio; la hace más alta; y sus ojos relucen de tal modo
a la distancia
que las mismas estrellas me parecen algo módicas, un tanto
menos ellas.
El negro va además
mejor con el secreto
que nos une,
ya que a nadie decimos
que nos vemos: que si nos encontramos en el elevador,
o si en la planta baja, ni mirarnos siquiera;
y si en la junta del Comité,
por la causa de su rodar intrínseco, los ojos
pese a todo se encuentran, pesarosos rehuimos
–y en la estela que dejan
Algo queda.
Todos los días
rodeados de indiscretos:
secretarias
cada una menos secreta, contadores de todo excepto números,
mensajeros de oficio
ya se entiende, entregados a dar pabilo al fuego, la mañana y la tarde,
y fundamento a cuanto infundio
va en el aire.
De cuando en cuando todavía
si me asomo al pasillo, el ojo sin salirse de su esfera regular,
sé cuándo pasa
(el rojo haciendo todo porque yo lo sepa);
entonces la oficina,
sin perder un instante las alfombras luidas y los muebles cojos,
parece algo
bucólica:
el pasillo delineado con mamparas
se convierte en las márgenes de un río sombreadas de hayas,
y en medio el llano laboral
un instante me tuerzo convertido en girasol, en heliotropo,
en bobo.
¡El rojo
me delata!
Cada vez que su boca, allá, a lo lejos,
si se distraen los otros,
me sonríe, a mí que sé que en el placer se vuelve maliciosa,
se dibuja en mi boca, delicioso.

Fernando Fernández (1964)
Palinodia del rojo.
Aldvus, México, 2010.

Domingo

Marcha triunfal

¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines,
la espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
los cascos que hieren la tierra
y los timbaleros,
que el paso acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!
Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en su trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones.
Él dice la lucha, la herida venganza,
las ásperas crines,
los rudos penachos, la pica, la lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
de negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.
Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!
Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño.
Ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circunda de armiño.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera,
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!
Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros;
las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
Las trompas guerreras resuenan:
de voces los aires se llenan...
A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros,
que encarnan las glorias pasadas...
Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
¡saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la marcha triunfal!...

Rubén Darío (1867-1916)
Poesías.
Edición de Ernesto Mejía Sánchez.
Estudio preliminar de Enrique Anderson Imbert.
FCE, México, 1952.


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