Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 05 de Diciembre de 2022
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

¡Qué lejos está la Sierra!

¡Qué lejos está la Sierra,

mi Sierra de Guadarrama!

Pinos cubiertos de nieve

hasta las copas. Y heladas

las cumbres bajo rosados

ponientes, tirando al malva;

de recios amaneceres

de neblinas enlazadas.

          Por sus vertientes yo era

patinadora en mi infancia.

Con mi traje de colores,

mis skis y mi bufanda,

con mis guantes de manopla,

sentía mi alma tan blanca…

que se me iba confundiendo

con la nieve que pisaba.

          A carreras, con las brisas

de aquellos montes jugaba.

¡Qué graciosos pinos verdes!

Los veía y los soñaba

como en Navidad, colgados

de presentes y de escarcha.

Yo decoraba el paisaje

Poniendo cosas fantásticas.

Y a los nidos que, vacíos,

en las ramas se ocultaban,

trepadora por los troncos

en silencio me acercaba

por si alguna pajarita

de las nieves encontraba.

          ¡Volveré a verte algún día,

mi sierra de Guadarrama!

Conmigo irán unos ojos

nuevos, de clara mirada

y unos tiernos piececitos

que mi existencia engendrara…

–¡Mi niña, patinadora,

Paloma y Ángel, sin alas,

graciosa como tus pinos,

de cabellera dorada!–

[Poemas. Sombras y sueños.]

No vengas

No vengas, Muerte, todavía,

que aún tengo que tejer la larga escala

que ha de subirme allá donde deseo,

debo cumplir mi kharma,

hacer, hacer, hacer las cosas que aquí debo.

          Porque tengo una deuda

para conmigo misma.

Vine para algo más que pasar como sombra.

Dentro de mí una luz quiere salir afuera.

No vengas todavía, dale tiempo a mi tiempo.

[Entre el soñar y el vivir.]

Concha Méndez (1898-1986)

Poetas del exilio español.

Una antología.

Editores

James Valender y

Gabriel Rojo Leyva.

El colegio de México, México, 2006.

Martes

Croquis

1

Cruzó la strada como espuma oscura

Una mujer africana con su corazón en un agua fría

entra en un baldío

borracha

y se pierde en Florencia.

Siega la sangre.

2

La respiración se perdió con el viento

Que sacudía las hojas y movía las bolsas de plástico

Tiradas en la banqueta.

          Un hombre tocaba saxofón en una esquina.

Era una pieza de Manzanero.

3

La humedad de la noche

el aliento pasado de copas

un nido de señales

araña la boca.

4

Esta noche abre sus puertas

como heridas de hojas secas

cerca nuestro corazón. Una cerveza amarga.

          Es una grieta la boca

una ciudad en tinieblas.

          La noche se disuelve

en el humo interminable

          la frontera se abre

y busca otro aliento.

5

Soy alérgico al amanecer, a esa sustancia

fría que desprenden los nuevos días

será mi corazón de tierra mojada

sembrando en mi pecho como semilla

como milla u orilla donde hay un aire.

          Una señal en el cielo oxidado

Una figura de barco de algún dios desconocido

que tenga cuerpo y nombre y haga milagros.

          Esa esquina, las calles pesadas

la insoportable pesadez de arrastrar

a nuestros muertos en hombros

hasta otras ciudades.

          Ahora soy el muerto en la espalda de

un borracho escuchando ecos

un paso

dos pasos

ser el sueño de un muerto.

6

Hoy como de costumbre

sangre en los días y multitudes

abarrotada de sombras la explanada.

          Para llegar aquí no hay brújulas

Prohibido enterrar a sus muertos, en busca de

otras tierras dignas.

7

Resbala la tarde en la piedra

hasta caer en el abismo

de lo cotidiano

erosiona el cielo

Sottovoce

Fuimos la madrugada

el arcoíris al caer la llovizna

de arroyos y aguaceros

humedeciendo los rincones

que ahogaron nuestras voces.

Penumbra y ceniza.

Carlos Higuera (1981)

Escaso y amargo material

para hacer una fogata.

Gobierno del estado

de Michoacán,

Morelia, 2021.

Miércoles

Las cuatrocientas voces

Soñé decirte: “Estás atado a mí, no vas a caer”. Soñé un ave gris de

pecho blanco y larga cola, en una rama del manzano que da a tu

ventana: empezaba a cantar.

          Entonces, veía en tus ojos aquél que fuiste, el que andaba en el

campo buscando agua, el que bailaba tap, jugaba tenis, leía tres o

cuatro libros por semana, se apasionaba por los toros, sabía de

memoria a García Lorca. Eras aquél que llegaba del trabajo buscando

las risas de las niñas que jugaban en el jardín.

          Te soñé diciendo palabras que olvidaste: martini, raqueta,

martillo, domingo, hotcakes…

          El ave era un cenzontle que cantaba con distintas voces. Cada

una te devolvía un recuerdo: aquel niño rebelde que fuiste en el patio

de la escuela, por la casa abarrotada de niños llorando; el joven que

odiaba a los maristas, que jugaba con las matemáticas, aquél que amó

a varías mujeres… De pronto eras tú diciendo: “Voy al club”.

          Abrí los ojos para despedirte. Otros trinos habían estallado.

Silvia Molina

Jueves

Profesar una cátedra…

Profesar una cátedra, inscribirse en un curso, son los actos equivalentes que indican un común afán de conocimiento por parte del maestro y el alumno. Así concebida, la relación entre universitarios reproduce la circunstancia humana del diálogo socrático, que discurre dentro de la cordialidad y el entusiasmo. Puesto que todos tenemos a nuestro alcance el saber depositado a lo largo de los siglos en bibliotecas, monumentos y museos, la apropiación de esa herencia universal sólo depende de nuestra capacidad para recibirla. Nuestro espíritu crece a medida que le ponemos cosas dentro. Y el pensamiento ajeno continúa y revive en el espíritu del alumno, cuando el maestro se vuelve capaz de actualizarlo en su propia persona.

Juan José Arreola (1918-2001)

La palabra educación.

Compilador: Jorge Arturo Ojeda

SEP, SepSetentas, México, 1973.

Eva

Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes. En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades de ese mismo jaez. El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros estuvieran a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer, cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos. Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel periodo matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wólpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento. "En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen." La tesis de Wólpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con lágrimas en los ojos. Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus libios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó. Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos

Juan José Arreola (1918-2001)

Confabulario

FCE, México, 1952.

Viernes

Las voces del agua

Mi gota busca entrañas de roca y las perfora.
En mí flota el aceite que en los santuarios vela.
Por mi raya el milagro de la locomotora
la pauta de los rieles. Yo pinto la acuarela.
Mi bruma y tus recuerdos son por extraño modo
gemelos; ¿no ves como lo divinizan todo?
Yo presto vibraciones de flautas prodigiosas
al cristal de los vasos. Soy triaca y enfermera
en las modernas clínicas. Y yo, sobre las rosas
turiferario santo del alba en primavera.
Soy pródiga de fuerza motriz en mi caída.
Yo escarcho los ramajes. Yo en tiempos muy remotos
dí un canto a las sirenas. Yo, cuando estoy dormida,
sueño sueños azules, y esos sueños son lotos.
Poeta, que por gracia del cielo nos conoces,
¿no cantas con nosotras?
¡Sí canto, hermanas voces!

Amado Nervo (1870-1919)

El mago

Yo marcho
y un tropel de corceles piafadores
va galopando tras de mí...
          Yo vuelo
y me sigue un enjambre de cóndores
por la inviolada majestad del cielo.
          Yo canto
y las selvas de música están llenas
y es arpa inmensa el florestal...
          Yo nado
y una lírica tropa de sirenas
va tras mí por el mar alborotado.
          Yo río
y de risas se puebla el éter vago,
como un coro de dioses...  
          Yo suspiro
y el aura riza suspirando el lago;
yo miro, y amanece cuando miro...
          Yo marcho, vuelo, canto, nado, río,
suspiro, y me acompaña el Universo
como una vibración: Yo soy el Verso,
¡y te busco y me adoras y eres mío!

Amado Nervo (1870-1919)

Poesías completas

Teorema, Barcelona, 1982.

Sábado

[Consecuencias de la lectura]

… se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. (I, I)

… cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas; a lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, que querría estar oyéndolos noches y días. (I, XXXII)

… —Así es la verdad —dijo Maritornes—, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto.  (I. XXXII)

[Y, dice la hija de los venteros] me gustan, sobre todo las lamentaciones que los caballeros hacen cuando están ausentes de sus señoras, que en verdad que algunas veces me hacen llorar, de compasión que les tengo. (I. XXXII)

Lea estos libros y verá cómo le destierran la melancolía [...] y le mejoran la condición [...] de mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos; y aunque ha tan poco que me vi encerrado en una jaula como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciéndome el Cielo y no me siendo contraria la Fortuna, en pocos días verme rey de algún reino [...] (I, L)

Que el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes con gentil continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño instante. (II, VI)

Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfeñique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí, sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la Naturaleza al mundo. (II, XLIV)

Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Cualquiera de sus innumerables ediciones.

Entre paréntesis se señalan la parte y el capítulo 

de esa parte, de donde procede la cita.

Domingo

El otoño se acerca

El otoño se acerca con muy poco ruido:

apagadas cigarras, unos grillos apenas,

defienden el reducto

de un verano obstinado en perpetuarse,

cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

          Se diría que aquí no pasa nada,

pero un silencio súbito ilumina el prodigio:

ha pasado

un ángel

que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.

Ángel González (1925-2008)

Antología poética

Introducción por Luis Izquierdo.

Alianza, Madrid. 2003.


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