Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
I

ENTRE LOS NUMEROSOS PRODUCTOS que no hace mucho invadieron ciertas tiendas de alimentos como parte de la moda "naturista", que preconiza el empleo de los agentes naturales para conservar la salud, hizo su aparición, con mucho éxito por cierto, una mezcla de cereales, granos y frutas secas, que varía en sus elementos pero que por lo general consta de avena, cacahuate, almendra, coco rallado, pasas, miel. Se le conoce con el nombre de granola.
        Muy probablemente se trate de un vocablo inventado por los fabricantes del producto, aquí o donde fue creado. Si se pretendió formar una voz "española", juzgo que no cuidaron mucho la propiedad o conveniencia lingüística en lo que toca a la combinación de la raíz del vocablo (grano) con la terminación (-ola). En otras palabras, no se trata aquí de un neologismo bien formado, en el sentido de que se combine de manera novedosa una raíz y un sufijo ya existentes (como podría ser, simple ejemplo, el neologismo almacenable, en el cual se combinan, con sus respectivas significaciones conservadas, el verbo almacenar y el sufijo -able). Existe ciertamente la raíz española grano pero, aunque también es español el sufijo -ol(a), su significado nada tiene que ver con el sentido del neologismo. En muy pocas voces españolas aparece el raro sufijo -ol(a): baberol, farol, arteriola, banderola, farola (procedentes de babero, faro, arteria, bandera y farol). El gentilicio español(a), que parecería formado por este sufijo, es una disimilación del antiguo españón. La significación de -ol(a) es diminutiva. Hay cultismos con esta terminación y suelen ser esdrújulos: lancéola, cabríolo. Parece evidente que -ola en granola no corresponde al sufijo español de valor diminutivo, ni fue ésa la intención del inventor de la voz.
        Quizá pudo intervenir, en la formación de la palabra, una (consciente o inconsciente) influencia italiana. Varias voces españolas terminadas en -ola son claros italianismos: camisola, fumarola, carriola. Inclusive existe el antecedente de una voz de origen italiano que, aunque hoy es vocablo común, primeramente fue nombre comercial registrado: pianola.
        Quizá se trate, como casi siempre sucede, de un producto (y de un neologismo) originario(s) de los Estados Unidos, importado(s) por los fabricantes mexicanos. O tal vez se trate de un vocablo para cuya formación no intervino factor lingüístico o filológico alguno, sino simplemente la inventiva de una persona. No lo sé. Lo que a mi juicio conviene destacar es el interés que, desde un punto de vista meramente lexicológico, supone un proceso como éste, en el cual un vocablo inventado puede, si así lo deciden los hablantes, convertirse en un elemento más del vocabulario de una lengua.

        
        II

No son pocos los casos en que un vocablo inventado, muy frecuentemente registrado como marca comercial, pasa a formar parte del acervo léxico de las lenguas naturales. Por lo que al español mexicano toca, muchos hablantes ignoran tal vez que klínex (Kleenex), flit, royal, bilé, resistol, yins (jeans) y muchas voces más eran originalmente nombres propios y hoy pertenecen al vocabulario común. Ya en otro trabajo me referí ampliamente al caso de maicena (o maizena), palabra que la mayoría de los hablantes usa como genérica, así se trate de una marca comercial. En Cuba, sea por caso, uno de los vocablos más comunes para designar, en general, al refrigerador es fríyider (de la marca Frigidaire).
        El fenómeno es fácilmente explicable. Si existe una voz genérica que designe al producto, es sumamente difícil que la marca la desplace. Se requiere, entre otras cosas, un verdadero monopolio, excesiva publicidad o enorme éxito de ventas. Sin embargo cuando no es sólo el vocablo el nuevo sino también el producto y cuando para nombrarlo no hay un término preciso y por ende se tiene que recurrir a perífrasis o frases largas, al hablante le resulta más cómodo usar el nombre propio o la designación que el fabricante difunde con su publicidad. Nunca he oído que alguien pida hojuelas de maíz; siempre se dice corn flakes; nadie habla de harina muy fina de maíz sino de maicena. Raro sería que alguien se refiriera, en lugar de granola, a cereales mixtos o algo por el estilo.
        Ciertamente las granolas no tienen, todavía al menos, la generalizada aceptación de que gozan otros productos entre consumidores pertenecientes a todas las capas sociales (como la maicena, por ejemplo). Se trata de un producto no precisamente barato y que, en definitiva, no forma hoy parte de la dieta sino de muy pocos mexicanos. Sin embargo el proceso de lexicalización existe. Como no disponemos de un vocablo común que designe al producto, usamos el inventado. Creo que, al menos en algunos envases, se señala que se trata de una marca registrada. Aunque así sea, es muy probable que no sólo los hablantes, que no tienen que pedir permiso a nadie para usar las voces que necesitan, sino incluso otros fabricantes se vean orillados a emplear, comercialmente, como voz genérica, la palabra granola. Asunto de abogados será dilucidar si con ello se transgrede la ley. Lo que no puede ponerse en duda es la admirable naturalidad con que el sistema lingüístico satisface sus necesidades. Labor de los lexicólogos será comprobar que un vocablo se generalice entre la mayoría de los hablantes (lo que aún no sucede ciertamente con granola) para incluirlo en los diccionarios.

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